El lema del 2025 para el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, celebrado el 12 de junio, fue «Los avances son claros, pero aún queda mucho por hacer: ¡aceleremos nuestros esfuerzos!».
Una frase que nos invita a reflexionar sobre una realidad persistente y dolorosa que atraviesa el mundo entero. Una realidad que, desde nuestro carisma Vedruna, no podemos ignorar, porque como Familia estamos llamadas a vivir con el corazón abierto y a comprometernos en las fronteras donde la vida está más amenazada.
Perú, al igual que la mayoría de países de América Latina, no escapa de esta problemática que sigue siendo invisibilizada. Las cifras oficiales revelan un drama que afecta a millones de niños y niñas. Según UNICEF, más de 150 millones de menores en todo el mundo se ven forzados a trabajar. La Organización Internacional del Trabajo señala que casi 8 millones se dedican a labores domésticas, siendo en su mayoría niñas. Esta desigualdad de género agrava aún más la situación: son ellas quienes, lamentablemente, encabezan las estadísticas de explotación infantil.
En Perú, se estima que más de 700,000 niños, niñas y adolescentes trabajan en las calles y en otros espacios informales. Si extendiéramos esta mirada a toda América, el resultado sería escandaloso: ningún país se encuentra libre de esta dura y lacerante realidad.
Y sabemos que estas cifras representan apenas la punta del iceberg. En zonas rurales de la sierra y, sobre todo, en la selva, miles de menores ni siquiera son registrados. Son niños invisibles, cuya existencia y sufrimiento pasan desapercibidos para la mayoría. Se calcula que el 9% de la infancia y adolescencia peruana realiza trabajos peligrosos, impulsados por una pobreza estructural que está directamente ligada a políticas fallidas en educación, salud, medio ambiente y gobernabilidad.
Aunque existen cada vez más leyes que “protegen” a la infancia, esta protección muchas veces no es más que una formalidad. Mientras tanto, los niños continúan en las calles, en terminales de transporte, mendigando o vendiendo productos, expuestos a múltiples riesgos. Otros son víctimas de explotación laboral severa en campos agrícolas, talleres clandestinos, cultivos de hoja de coca y su procesamiento.
La selva peruana muestra el rostro más crudo de esta problemática. Allí, muchos menores trabajan como balseros, vendedores de comida, en la tala indiscriminada, la minería ilegal o, aún más grave, son explotados sexualmente y traficados como si fueran mercancía. En estas zonas remotas, donde el Estado casi no existe, cientos de miles de niños no tienen oportunidad alguna de crecer en condiciones dignas.
A esta situación se suman las dificultades geográficas para acceder a la selva, que representa casi el 60% del territorio nacional, y el histórico abandono por parte de los gobiernos, que han priorizado la extracción de recursos naturales por encima del bienestar de sus habitantes.
El Documento Capitular Nacer de Nuevo nos recuerda que la vida germina y se cuida, especialmente cuando la dignidad de las personas está amenazada. Desde el carisma Vedruna, la defensa de la infancia, el acompañamiento a los más vulnerables y la lucha contra las causas estructurales de la pobreza son parte de nuestra misión creadora y profética. Nos sentimos llamadas a sumarnos a las redes de solidaridad y a colaborar con otras organizaciones para tejer complicidades y construir puentes que den respuestas concretas a esta herida social.
Que la conmemoración de este día no sea un gesto vacío. Que nos recuerde con urgencia que el trabajo infantil no solo priva a los niños de su derecho a la educación, sino que también compromete su desarrollo físico, emocional y mental.
¡Comprometámonos a ser los ojos, los oídos, la voz, los pies y el corazón que denuncien esta injusticia! Y que, al igual que Jesús, pongamos a los niños en el centro de nuestra acción pastoral y social
Hna. Isabel Miguélez, ccv










