Joaquina vivió profundamente la espiritualidad del cuidado. Nada quedó fuera de su abrazo sanador: la familia, las hermanas, las comunidades y, especialmente, las personas marginadas de su tiempo. (NdN, 39).
El Día Mundial del Enfermo se celebra el 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de los enfermos. El objetivo de este día es concienciar sobre la importancia de atender a las personas que sufren problemas de salud, y poner a su servicio a quienes están para ayudarlas y acompañarlas.
La curación es uno de los pilares fundamentales de nuestro carisma, como se expresa en la cita del Documento Capitular: «Nacer de nuevo». Por ello, hoy compartimos con alegría el testimonio de La Hna. Dr. Joemol, que trabaja en el Hospital Divya Chhaya de Subir, en la provincia de India. Se trata de un centro de referencia en la región: en el mes de enero, se trató allí a una media de 60 pacientes al día, incluidos 3 ó 4 casos urgentes diarios.
Mientras observamos la Jornada Mundial del Enfermo, reflexiono sobre mi recorrido como Hermana médico que sirve en el Hospital Divya Chhaya, Subir, guiada por el carisma de nuestra congregación -Hermanas Carmelitas de la Caridad Vedruna (CCV)-. Este ministerio, arraigado en el amor compasivo de Cristo, ha sido una profunda experiencia de encuentro con el sufrimiento, la esperanza y la curación.
Una misión de presencia y curación
Cada día en el hospital, soy testigo de las luchas de los enfermos, todos ellos procedentes de comunidades tribales marginadas que no sólo se enfrentan a dolencias físicas, sino también a dificultades económicas y sociales. Inspiradas por la visión de Santa Joaquina de Vedruna de servir a los pobres y a los que sufren, nosotras, como equipo de hermanas Vedruna, junto con el personal formado localmente, nos esforzamos por llevar no sólo atención médica, sino también dignidad humana y esperanza a los necesitados.
Un momento de gracia en la misión de sanar
Un momento que me conmovió profundamente fue el caso de una mujer joven, trabajadora migrante en un cañaveral de una ciudad lejana, que llegó a nuestro hospital en estado crítico. Sufría anemia grave y complicaciones de un aborto incompleto; su cuerpo estaba debilitado no sólo por la enfermedad, sino también por las duras realidades de la vida como trabajadora migrante.
Su marido, desesperado por salvarla, había luchado en vano por obtener ayuda médica. Viviendo en una tienda improvisada, lejos de cualquier centro sanitario, eran invisibles para el mundo: sin medios económicos, sin apoyo social y sin voz. Sin otra opción, reunió las pocas fuerzas y esperanzas que le quedaban y emprendió un largo viaje de vuelta a su pueblo, cargando con su mujer enferma, sin saber si sobreviviría a la distancia.
Cuando llegaron a nuestro hospital, el agotamiento y la desesperación estaban grabados en sus rostros. Pero en ese momento, la gracia entró en su historia. La acogimos con los brazos abiertos, sabiendo que, al servirla, estábamos sirviendo a Cristo mismo. Gracias a una oportuna intervención médica, a unos cuidados compasivos y a una ferviente oración, su vida se salvó.
Mientras recuperaba lentamente las fuerzas, no sólo vi a una mujer que se recuperaba de una enfermedad, sino a un alma a la que se devolvía la esperanza. Su historia fue un poderoso recordatorio de que la curación no consiste sólo en la medicina, sino en estar presente, en ofrecer amor allí donde el mundo se ha apartado y en ver el rostro de Cristo en los que sufren.
Éste es el corazón de nuestra misión en el Hospital Divya Chhaya. Es la llamada del Buen Samaritano, la esencia misma del carisma del CCV y el camino que recorrió el propio Cristo: llevar luz a la oscuridad, esperanza a la desesperación y curación a las heridas de los olvidados.
Mensaje del Papa Francisco: La esperanza que no defrauda
En su discurso para esta Jornada Mundial del Enfermo, el Papa Francisco nos recuerda:
«La esperanza no defrauda» (Rom 5,5), sino que nos fortalece en los momentos de prueba.
La enfermedad es una realidad de nuestra condición humana, que a menudo conlleva dolor, incertidumbre y miedo. Sin embargo, cuando el sufrimiento se afronta con fraternidad y compasión, se convierte en algo más que una carga: se convierte en una oportunidad para el encuentro, la solidaridad y la esperanza.
Este mensaje resuena profundamente con mi experiencia en el ministerio de sanación. Más que tratar enfermedades, estamos llamados a estar presentes con amor, a escuchar, a consolar y a acompañar a los enfermos en su dolor y en su curación.
El Buen Samaritano es nuestro modelo: alguien que no pasa de largo con indiferencia, sino que se detiene, atiende las heridas y restaura la dignidad. Cada paciente es Cristo mismo en apuros, que reclama nuestros cuidados, nuestra presencia y nuestro amor.
La esperanza es la luz que nos sostiene, la fuerza que nos hace avanzar y la promesa de que Dios nunca abandona a Su pueblo. En cada acto de curación, afirmamos esta esperanza, una esperanza que no defrauda, sino que renueva, restaura y transforma.
Peregrinos de la Esperanza en el Año Jubilar
A medida que nos acercamos al Año Jubilar 2025, con su tema «Peregrinos de la Esperanza», veo nuestro ministerio de sanación como una verdadera peregrinación, que nos lleva a encontrar a Cristo en los enfermos y los que sufren. El Papa Francisco nos llama a ser signos de esperanza en un mundo herido, caminando juntos en la fe y la caridad.
En nuestras pequeñas pero significativas maneras, somos peregrinos de esperanza cuando acompañamos a los que sufren, ofrecemos consuelo a los moribundos y devolvemos la dignidad a los olvidados. Cada acto de cuidado, ya sea administrar medicamentos, ofrecer una palabra tranquilizadora o sostener la mano de un paciente en oración, se convierte en un camino de esperanza, que recuerda a los enfermos que no están solos, sino que son profundamente amados por Dios.
Continuando la misión
A pesar de retos como los recursos limitados, las barreras culturales y la necesidad de más personal formado, saco fuerzas de mi fe y del carisma de nuestra congregación, haciendo mías las palabras de nuestra Madre, Santa Joaquina: «Un amor que nunca dice basta». Su sabiduría me impulsa a servir incansablemente, sabiendo que el verdadero amor nunca cuenta el coste, sino que se entrega plenamente a los necesitados. La misión continúa, no sólo tratando cuerpos, sino curando corazones y devolviendo la esperanza. Que esta Jornada Mundial del Enfermo y el espíritu del Año Jubilar nos inspiren a todos a abrazar a los que sufren con la ternura de Cristo y a ser peregrinos de esperanza, llevando curación y luz a los que están en la oscuridad.
Hna. Joma Peter Muttuchira Myaliyil, ccv