Desde el año 2010, el 6 de noviembre se recuerda a los mártires del siglo XX en España. Esta fecha se dedica a todas las personas que murieron defendiendo su fe en este país durante la década de 1930. Aunque el número exacto de fallecidos es desconocido, desde 1987 han sido beatificados 2.128 mártires, reconocidos por la Iglesia a partir de los testimonios verosímiles que aseguran que murieron por la fe.
Entre ellos se encuentran nuestras 25 Hermanas mártires, asesinadas por su compromiso con la fe, en distintas comunidades de España en el año 1936.
En la obra “Testigos de la fe”, la hermana Yolanda Moreno presenta a todas las hermanas asesinadas, las comunidades en las que vivían su misión, y cómo ocurrió el martirio. Es una lectura conmovedora y muy recomendada, disponible para descargar desde nuestra biblioteca.
Hoy nos alegra además compartir las nuevas traducciones de esta obra, disponibles también en nuestra biblioteca:
- en inglés bajo el título “Witnesses of the Faith”
- en francés con el título “Témoins de la foi”
También contamos con unas palabras que la propia autora, Yolanda Moreno, ha querido compartirnos en esta fecha especial.
1931: Se ha proclamado la República; se han disuelto las órdenes militares de Calatrava y Montesa.
1934: Asturias sufre agresiones directas hacia la Iglesia hasta el extremo de comprobarse abundantes mártires.
1936: Correspondencia alarmante entre las Comunidades Vedruna y la Hna. General, Apolonia Lizarraga: … se van clausurando algunos de nuestros colegios; se obliga a hermanas a abandonar sus casas de comunidad; el asesinato de Calvo Sotelo produce consternación en toda España…
Firmado, Apolonia Lizarraga.
Mártir, ¿no significa, “testigo”, y el martirio, “testimonio»? Testigo ¿de qué, de quién? Como Jesús es testigo del Padre, el mártir cristiano es la persona que llega a ser testimonio de la Buena Noticia, del Evangelio, de Jesús..
Consideramos oficialmente mártir, damos el apelativo de mártir, a quienes han sido ejecutados injusta y violentamente por el Nombre de Jesús, por el Nombre de Dios, en una situación determinada.
Sin embargo, -salvo en casos excepcionales en que, acaso, la fuerza del Espíritu puede despertar y excitar la pasión por Dios, en ese momento crítico, al margen de su proceso vital-, ¿se considera martirio a esa respuesta espontánea, si no viene avalada por la experiencia de la vida?
Concretamente el proceso que conocemos de nuestras 25 hermanas mártires, -en la costa española del Mediterráneo-, la luz que nos ofrecen, el testimonio que nos dan, su experiencia de entrega de la vida, su testimonio de martirio, ¿cuándo sucede? ¿aquellos días de Agosto-Noviembre de 1936? ¿Sólo ellas y por aquella trágica circunstancia?
El testimonio, ese testimonio, es posible sólo por el amor.
Pero, no es sentimiento el amor. El amor es conocer, es intuir, es acoger, es abrazar el objeto del amor. Es la relación, es la libertad, es la respuesta amable en la confianza y en la fe.
Desde eso -que ya podemos llamar amor- es desde donde nuestra vida, va siendo testimonio en la medida en que se va identificando con el Evangelio, con la Buena Noticia de Jesús, y con Él, del Padre.
Cada persona, en sus obras, según Sant. 2,14-18, sabe cuánto de cruento tiene su experiencia de amor, de entrega de la vida en libertad, con la violencia que las circunstancias exijan.
Nuestra vida, en su proceso de ir dándonos libremente, con la garantía gozosa del dolor que nos va identificando con Jesús, ¿no estará siendo, en equivalencia, testimonio de la Buena Noticia, aunque no conste el derramamiento de sangre?
En ese proceso estamos quienes tratamos de vivir seriamente el Evangelio de Jesús.
Así que, ¿podemos estar viviendo un proceso martirial? De mí, ni puedo ni me habría atrevido a pensarlo, aunque, desde esta reflexión me pongo a ello.
Pero, ¡cuidado con la ilusión de pensarme en un proceso personal de esta envergadura!
Sin embargo: si lo refiero, si lo intuyo, si lo acaricio en la experiencia de mis hermanas, de mis hermanos… Si lo reconozco en su entrega real y espontánea, en su sinceridad de vida, en su vivencia de la compasión con el prójimo, en lo inevitable de sus defectos y recaídas, en la paciencia con su genio o sus extravíos, en la frustración quizá de sus retrocesos… ¿no la miraré llena de cariño, de sincera y profunda compasión, a la luz de mi débil proceso?
¡Cómo crecería en mí, entre nosotras, en nuestra vida cristiana, el amor fraterno, donde “no es sentimiento el amor”, sino algo semejante al amor con que me siento mirada por Dios cuando me dice por (Jeremías 31, 3.18-20:)
… pero Yo te recuerdo siempre lleno de cariño: se estremecen mis entrañas por ti, estoy lleno de ternura…cambiaré tu angustia en paz profunda, tu tristeza en danza…
Si llegara a amar así, ¿no estaría yo también en el gozo de ir entregando la vida, en el proceso violento del testimonio del amor?
Yolanda Moreno, CCV