En el contexto en el que vivimos, donde la vida es arrebatada, especialmente la de los niños/as, hoy se inicia en la Ciudad del Vaticano la Cumbre Internacional sobre los Derechos de los Niños, titulada «Amémoslos y Protejámoslos». En su discurso inaugural, el Papa Francisco dijo:
Más de cuarenta millones de niños están desplazados por los conflictos y alrededor de cien millones no tienen un hogar. Existe el drama de la esclavitud infantil: unos ciento sesenta millones de niños son víctimas de trabajos forzados, trata, abusos y explotación de todo tipo, incluidos los matrimonios forzados. […] También el exagerado individualismo de los países desarrollados es deletéreo para los niños. A veces son maltratados o incluso reprimidos por quienes deberían protegerlos y criarlos.
Fuente: Vatican.va
Asimismo, denunció la muerte de los menores como migrantes en el mar, y aprovechó la ocasión para condenar lo que llamó «la práctica asesina del aborto», que acaba con la vida y «corta la fuente de esperanza para toda la sociedad», pues «matar a los pequeños es negar el futuro».
En medio de este contexto, resuena con fuerza el testimonio de una madre de la diócesis de Cienfuegos, en Cuba. En este lugar vivieron nuestras Hermanas, y aunque ya se han marchado, siguen acompañando desde lejos. Hoy en día, allí continúa presente el Laicado Vedruna, y una de sus misiones es con gente con discapacidad. La madre que comparte su testimonio forma parte de la comunidad cristiana de este grupo:
La bendición de tener un hijo o un hermano con necesidades especiales sólo la pueden entender estos seres especiales que saben amar como Cristo ama. Ellos son capaces de darlo todo por amor sin esperar nada a cambio, más que la felicidad de ese ser hermoso, valiente y lleno de amor como lo es una persona con necesidades especiales.
A nuestros ojos egoístas lo vemos como una carga pesada, pero a los ojos de los padres y familiares de estos niños, ellos son artesanos del amor que enseñan a amar como nadie se imagina que puedan llegar a hacerlo.
Las personas especiales nos ayudan a darnos cuenta cuán imperfectos somos nosotros, porque ellos nos hacen descubrir nuestro egoísmo, perjuicios, superficialidades y falta de fe.
Hoy día hay una tendencia a eliminar lo que no se ajusta a nuestro parecer y juicio egoísta y mezquino que nos lleva a decidir si una creatura en el vientre de una madre puede vivir o no, basados en simples sospechas de que no es normal o no es como queremos que sea.
Ninguno de nosotros es perfecto. Ningún niño es perfecto. La verdadera opción de rechazar o aceptar a un niño con necesidades especiales es entre el amor y el desamor; entre el valor y la cobardía; entre la confianza y el miedo. Esa es la elección en nuestras vidas personales. Y esa es la elección en nuestras vidas como sociedad.
Es hora de que abramos el corazón a Cristo, que nos enseña a amar como sólo los bebés especiales saben amar. Que ninguna vida se elimine en el vientre de una madre porque es de condición especial: ¡PROTEJAMOS LA VIDA!
Nos preguntamos como personas defensoras de la vida «¿Qué hago yo? ¿Qué hacemos como comunidad, como grupo, como vida religiosa en este contexto? ¿Qué se nos ocurre hacer en nuestro espacio, en la misión que compartimos, en la vida de cada día?».
¡No nos durmamos, dejémonos interrogar y actuemos!
Isabel Miguélez, ccv