Esta Semana Santa, entre los días 13 y 15 de abril, un grupo de hermanas de las generaciones más jóvenes (GMJ), junto con la hermana Maria Antònia Gilibets, realizamos la Ruta del Exilio. Fuimos un grupo de 17 hermanas de las tres zonas de la Provincia Vedruna de Europa, dos de ellas junioras, y una hermana juniora de la provincia de Japón, que está finalizando una etapa de formación en Madrid.
Este exilio fue el último de los tres que vivió Joaquina, junto a 14 hermanas, entre el 3 de julio de 1840 y el 16 de septiembre de 1843, en el contexto de la primera guerra carlista. Años de dolor, de guerra, de huida y persecución, de incertidumbre y soledad, de necesidades y penurias, pero también de fe y confianza, de llamadas y retos, de comunidad y apoyo mutuo, de misión, entrega y solidaridad.
La experiencia de seguir las huellas de Joaquina y de aquellas hermanas, desde Berga hasta Perpignan, y vuelta a Vic pasando por Béziers, ha sido para nosotras muy emotiva y honda.
Además de por lo que significa hacer este camino intentando conectar con la experiencia que estas mujeres hicieron en aquellos años y que tantos hermanos y hermanas nuestros hacen cada día, hoy, en tantos lugares del mundo, para nosotras tuvo un significado añadido, de dolor y duelo.
Y es que la Ruta comenzaba tras la pérdida de nuestra hermana Imma Bonada, que nos dejaba, prematura e inesperadamente, el martes 8 de abril y que despedimos, unas desde el recuerdo y el cariño en la distancia, y muchas de nosotras presencialmente, el viernes 11 de abril, en Granollers, junto a su familia y comunidad.
Ella había sido además quien, junto a la hermana Maria Antònia, había preparado esta Ruta, con mucha ilusión y cariño. Como forma de acompañarnos en el dolor por su pérdida y como homenaje a ella y acción de gracias por su vida, se decidió seguir con lo programado, como ella, seguro, hubiera querido.
Aquel grupo de hermanas que se vieron obligadas a salir huyendo del antiguo Hospital de Berga, que tuvieron que caminar durante días atravesando duros e inciertos caminos, pedir ayuda y hospedaje, con no siempre buena acogida, pasar hambre, sed y todo tipo de penurias, también sufrieron, en el tiempo de exilio, la pérdida de tres hermanas del grupo, al menos dos de ellas muy jóvenes.
Así que pasado y presente, historia congregacional y personal, nos llevaron de la mano durante estos días por los lugares sagrados y los hitos más significativos de esta etapa de la historia de nuestra familia, sombría y luminosa a partes iguales.
Iniciamos nuestro camino, como ellas, en Berga, pisando la misma escalera que las vio marchar y que aún conserva algo de aquella época, aunque hoy el edificio que entonces era el hospital alberga las dependencias de una comisaría de policía.
Camino adelante, en La Pobla de Lillet, nos dirigimos a la calle y casa donde parece que el grupo pudo descansar unos días, hecho del que da fe una pequeña hornacina con la imagen de Joaquina.
Allí mismo emprendimos a pie un tramo del camino que nos llevó hasta El Clot del Moro, atravesando un maravilloso paisaje natural. Para nosotras fue un paseo: belleza, aire puro y calma para los sentidos y el alma; pero no dejamos de intentar imaginar lo que pudo ser aquel otro camino, 185 años atrás… y el que hoy tantos hermanos y hermanas siguen recorriendo, a pie, en patera, o en un avión con billete sólo de ida…
Resonaban con fuerza en nuestra memoria aquellas palabras de aliento a las hermanas que se cree pronunció nuestra fundadora en lo peor del duro camino:
¡Levantad las piedras y tened fe!
Por Castellar de Nhug, donde parece que nadie las quiso acoger y tuvieron que dormir al raso, y tras atravesar los Pirineos, una parada más: Prada de Conflent, lugar en el que los datos atestiguan que unos religiosos españoles, también exiliados, las acogieron durante unos días para descansar, reponer fuerzas y poder seguir.
El destino final, para ellas y para nosotras, era la ciudad francesa de Perpignan, donde por fin pudieron instalarse en un piso Joaquina y las hermanas. Allí podían vivir como religiosas, trabajar para vivir y desplegar su apostolado, al servicio de la Iglesia y de la gente más necesitada.
Más lugares de memoria: la catedral, la iglesia de Santa María la Real (donde tuvieron lugar los funerales de las hermanas fallecidas a lo largo del tiempo de exilio), la calle donde vivieron las hermanas y donde hoy se sigue concentrando población migrante y vulnerable.
Antes de regresar a Vic, como hizo la Madre, pasamos por Béziers, una ciudad que se encuentra 90 km más al norte. Allí vivía Inés, hija de Joaquina, que encontrándose muy triste por despedir a su propia hija camino de un convento en París, pidió a su madre que la visitara antes de regresar a Barcelona, una vez finalizado su destierro.
En Béziers pisamos la calle en la que Inés y su familia vivían de su trabajo como sombrereros y… ¡sorpresa para cerrar nuestra Ruta! Encontramos una nueva pista para seguir investigando porque descubrimos en esa calle una sombrerería abierta desde 1908, la única que se conoce en esta ubicación, según nos dijeron sus actuales dueños. ¿Y si su origen fuera aquella sombrerería de los descendientes de Joaquina?
Final de nuestro itinerario: Vic, donde todo empieza y termina para nosotras.
Han sido días de familia, de encuentro, de memoria y recuerdos, de oración, de emociones, lágrimas y risas compartidas, de vivencias que nos fortalecen como grupo y alientan nuestro sentido de pertenencia.
Han sido sobre todo días de regreso a las raíces que sostienen y nutren el cuerpo de este árbol congregacional, cuyas ramas siguen creciendo, enredando a hermanas, laicos y laicas, y dando frutos de vida en muchos lugares de nuestro mapamundi, haciendo realidad aquel deseo de Joaquina:
Siento que mis brazos se alargan…
Las anécdotas y bromas quedan para el grupo. Algunas expresiones, palabras, objetos o elementos del paisaje han adquirido para nosotras nuevos significados y allá donde estemos nos traerán a la memoria esta experiencia y nos sacarán una sonrisa.
La lista de agradecimientos es larga…
¡Gracias!
En primer lugar, a la Provincia Vedruna de Europa, que acogió, facilitó y colaboró para que la propuesta de este grupo de GMJ se llevase a cabo.
A las comunidades de Vic, tanto del Manso como de la “Casa Mare”, por su cariño, acogida y cuidados.
A la comunidad de Berga, primer hito en nuestro camino, que a los pies del Santuario de Queralt, no podía ofrecernos mejor recibimiento: la mesa dispuesta y avituallamiento para el camino, que iniciábamos después de celebrar con ellas, en su parroquia, la Eucaristía que abría la Semana Santa.
A las hermanas Misioneras Carmelitas y personal del Chateau Du Parc Ducup, que facilitaron nuestra estancia en Perpignan.
A Enric, nuestro paciente y servicial conductor.
Y finalmente…
A nuestra querida Imma, que nos acompaña ya desde el otro lado de la Vida y se fue dejándonos como herencia este regalo.
A Maria Antònia Gilibets, nuestra guía de excepción en esta Ruta, y a todas las hermanas que a lo largo de nuestra historia congregacional (ya casi bicentenaria) han dedicado tiempo y esfuerzo, haciendo de ello misión, a la tarea de investigar, recoger y transmitir, con entusiasmo y sabiduría, la historia de nuestra familia, que es regalo, legado recibido, responsabilidad y compromiso para todos los que nos sentimos miembros de ella.
Sabemos, por triste experiencia, que sin memoria dejamos de ser nosotras mismas…
Elena Blanco, CCV
Grupo de Generaciones Más Jóvenes