Adentrarse en la selva Amazónica

Adentrarse en la selva es abrirse a la posibilidad de contemplar, admirar, gozar paisajes maravillosos, la belleza de esta naturaleza exuberante y … también prepararse para descubrir la realidad de la vida de las personas que la habitan y que, no siempre, por factores externos, pueden gozar de la paz que la naturaleza les ofrece.

El rio Abujao ha sido una zona desconocida por nosotras porque esos ríos y quebradas eran visitados por los padres colombianos de Yarumal. Pero desde hace unos años, los padres dejaron su misión por estos lugares y desde entonces, algunos Animadores y Animadoras de las Comunidades Cristianas de lo que era su zona, se unieron a los encuentros que hacemos con los Animadores de la zona nuestra.

Las Animadoras de dos caseríos de la quebrada “Shesha”, afluente del río Abujao, prepararon a algunos niños y jóvenes para recibir el sacramento del bautismo y deseaban que, junto a algún sacerdote fuéramos a visitarles. Y acordamos la fecha.

El día indicado salimos temprano de casa en un bote rápido y bastante grande y al cabo de dos horas estábamos en el caserío “Aguas negras” en la boca del Abujao, donde desembarcamos con nuestros mosquiteros, colchonetas, mochilas, botas… con todo ese equipaje que es siempre nuestro compañero de viaje.

Ni bien desembarcamos, alguien nos reconoció, nos llevó a su casa nos invitó cafecito con pan y… comenzó la parte más importante de nuestra misión: escuchar. Escuchar cómo la gente se siente abandonada por la iglesia que no llega por allí, escuchar los problemas con los profesores que no llegan a la escuela, escuchar sus problemas familiares, escuchar sus dificultades en el campo de la salud, etc. etc.

Después de unas horas de espera llegó el botecito pequeño que nos iba a trasladar río adentro para llegar a nuestra meta.

¿Cómo pensar en el riesgo que supone surcar el río en esa frágil embarcación en un momento en que ríos y quebradas están crecidos por las lluvias y las corrientes son turbulentas?

No hay tiempo para pensar, sólo contemplar, observar, oír, ver los árboles inmensos en las orillas, los nidos de los paucares colgando de las ramas más altas, ver las casitas de paja en las riberas del río, los pececitos saltando al lado del bote, oír el canto de los pájaros y saber que, como “todo está conectado”, esa naturaleza es nuestra hermana y que Dios es el fondo y la fuente de tanta belleza.

Después de unas dos horas surcando el río entramos en la quebrada Shesha y llegamos a “Nuevo Méjico” primera parada en nuestro viaje. Después de la alegría del encuentro con la Animadora y almorzar el arroz con pollo que nos habían preparado, otras dos horas de viaje hasta llegar a Nueva Vida.

De nuevo los abrazos y las expresiones “nunca pensé que las madrecitas llegarían a mi casa”. Con este pueblo no habíamos podido confirmar nuestro viaje, por lo tanto, hacía solo un rato que alguien les había avisado de nuestra llegada. De todos modos, hicimos una pequeña celebración y proseguimos con la tarea de dialogar y escuchar.

Aquí la escucha se hizo dolorosa: los sembradíos de coca y la tala de madera en estos lugares donde no llega la ley, están invadiendo sus tierras, esas tierras que han cultivado y cuidado durante tantos años, donde han criado sus gallinas, sus vaquitas, donde han sabido defenderse del tigrillo que les roba sus animales, pero no pueden defenderse de estos invasores que, cuando se resisten a vender sus tierras, llegan las amenazas y las cumplen. Y las muertes quedan impunes y la gente vive con temor.

De todas formas, no falta la alegría del encuentro, la comida compartida y el ánimo de seguir adelante con la comunidad cristiana a pesar de las dificultades.
Al día siguiente desandamos el camino hasta Nuevo Méjico. Aquí si hubo misa, celebración del bautismo, almuerzo para todos, muchas fotos, mucha alegría y mucho contar historias y anécdotas de todo tipo. Y seguir escuchando…, como nos ha recomendado la Asamblea Eclesial.

Dormimos en la casa de la Animadora y a la mañana siguiente, después de desayunar ‘chilcano de carachama’, en el mismo botecito que habíamos llegado emprendimos el regreso después de un montón de abrazos con las frases de despedida repetidas una y otra vez “has de regresar madrecita”.

No podemos olvidar que, durante estos días, la compañía que no ha faltado, han sido los insectos grandes y pequeños que estaban deseosos de chupar sangre nueva y no han dejado tranquilos ni a la hermana Leonor, ni al padrecito que también es nuevo por estos lares.

Han sido sólo tres días, pero las vivencias han llenado los ojos y el corazón. Y queda la alegría de haber compartido la vida y la amistad con estas personas sencillas que se sienten tan agradecidas de que visites su pueblo y su casa, que te obsequian lo mejor que tienen y se quedan con el recuerdo de que un día las madrecitas estuvieron en su casa. Y que siguen diciendo… “has de regresar madrecita”
                                         Hna. María José Gimeno