La nueva edición de la revista Diálogo y Encuentro número 36 estará disponible próximamente. Este número, titulado Mujeres en la Iglesia, nos invita a dar un paso definitivo hacia una Iglesia sinodal e inclusiva. Aborda el protagonismo de las mujeres en la Iglesia y la urgente necesidad de pasar de la conciencia a la implicación activa.
Hoy destacamos un artículo de la sección Enfoque escrito por Mª Luisa Solaun, ccv, titulado Por la igualdad en la Iglesia. En este texto, la autora reflexiona sobre el papel histórico de las mujeres en la Iglesia, desde los inicios del cristianismo hasta nuestros días, denunciando la invisibilización sufrida y celebrando los movimientos actuales que luchan por la igualdad.
Mª Luisa Solaun, ccv
“Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente.”
(Evangelii Gaudium, 104)
El amplísimo tema de la presencia y significación de la mujer en la Iglesia está despertando cada día más interés, más investigación y, sobre todo, más cuestionamientos por su incomprensible situación después de XX siglos de cristianismo.
Nos situamos ante la desigualdad de género que ha atravesado y atraviesa a todas las sociedades en todas las épocas. El patriarcado ha dejado en la sombra a la mitad de la humanidad, y la historia oficial ignora el aporte de la mujer en muchos ámbitos de la vida, del saber, del arte, de la medicina, de la literatura, de la espiritualidad.
La Iglesia, al influjo de la sociedad, se ha ido construyendo también sobre el patriarcado y el clericalismo, a imagen de una sociedad patriarcal y jerarquizada, alejada de Jesús de Nazaret.
A manera de pinceladas hacemos un somero recorrido del caminar histórico de la mujer en la Iglesia, reconociendo que falta mucho por investigar y desvelar sobre su papel en la Iglesia de los distintos continentes.
Pinceladas de la historia
Partimos de Jesús, que transgredió las normas de la sociedad judía de su tiempo profundamente patriarcal, y dialogó con las mujeres de tú a tú, tratándolas como iguales y discípulas, como queda consignado en los Evangelios. Y, como dice la carta de Pablo a los Gálatas: “Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, sois uno en Cristo” (3, 27-28).
Pero, en la historia de la Iglesia, la mujer ha sido invisibilizada. Solo, desde hace unos cuarenta años, de la mano de historiadoras y biblistas feministas, vamos conociendo sus aportaciones y funciones a lo largo de los siglos. En toda la historia del cristianismo ha resonado el grito de la mujer, fuerte y resiliente, lento parto de liberación enraizado en la Iglesia que lo ha silenciado y que hoy vamos desvelando.
En los orígenes del cristianismo, su papel fue protagónico. La ekklesia se construyó con la colaboración de mujeres y varones en igual vinculación a Cristo y comprometidos con la Buena Noticia. Hoy sabemos de mujeres líderes que presidían sus comunidades, diaconisas ordenadas, profetisas, colaboradoras, benefactoras, mártires.
Hacia el siglo III y IV, en la nueva situación del cristianismo bajo el Imperio Romano, surge la espiritualidad del desierto, hombres y mujeres del desierto. Son nuestras Madres del desierto, en el próximo Oriente y norte de África, mujeres libres, marcadas por la desnudez y la sed del Misterio, apasionadas por Jesús y su Evangelio, protagonistas de un nuevo modo eclesial de vida.
A partir del siglo XII conocemos a grandes mujeres en Occidente, como Hildegarda de Bingen, Clara de Asís, Catalina de Siena, Teresa de Jesús, y muchas más, que aportan mística y profetismo hasta nuestros días.
Y, en esta Iglesia fuertemente clerical y patriarcal donde parece que no hay espacio para la mujer, emergió el movimiento de mujeres beguinas, silenciado una vez más, en la historia oficial de la Iglesia.
Más de un millón de mujeres en los siglos XIII y XIV atravesaron con su presencia casi toda Europa, vivieron su cristianismo con libertad y creatividad para expresar sus sentimientos espirituales en fidelidad al Evangelio. Con libertad, las beguinas organizaron su forma de vida y comunicaron sus experiencias. Fue un movimiento no institucionalizado, con un estilo de vida sencillo, un gobierno muy sinodal para lo que afectaba a todas, y muy cercanas a la gente, comunicándoles el Evangelio en lengua vernácula. Vivian una espiritualidad centrada en el amor apasionado a Jesús, la oración contemplativa y el servicio a los últimos en albergues, hospitales, cárceles.
Fueron vistas con recelo por la Iglesia jerárquica y el clero y les resultaban incómodas al no estar sometidas a ninguna autoridad masculina. Gozaron de la acogida y valoración del pueblo. Gracias al apoyo de algunos monasterios que recogieron sus escritos y experiencias, hoy han llegado a nosotras algunos de sus nombres y mística profunda.
La modernidad trajo importantes cambios en la historia. Sus ideales de igualdad, libertad y fraternidad, puso en el centro a la persona humana con el reconocimiento de su dignidad. Fue el comienzo de una lenta transformación de las instituciones y de las relaciones humanas. Y, en el caso de la mujer, tradicionalmente supeditada al varón y al ámbito doméstico, abrió un horizonte de cambio, de libertad, de dignidad, de nuevas posibilidades.
En la Iglesia se plantean nuevos dilemas entre fe y cultura, entre fe y razón, se cuestiona la estructura fuertemente jerarquizada y clerical de la Iglesia ante los gobiernos parlamentarios emergentes y ante la laicidad. La mujer sigue irrelevante en la Iglesia, pero surgen numerosas mujeres carismáticas, que viven el cristianismo en comunidad, sin muros monacales, dedicadas al servicio de los desposeídos de su tiempo, bajo la aprobación de la Iglesia. Entre ellas Joaquina de Vedruna.
Proclamaciones de igualdad
La Declaración de los Derechos Humanos (1.948) en su artículo primero estipula: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Es una declaración revolucionaria para construir los pueblos en la libertad e igualdad de derechos del varón y de la mujer.
Desde el Vaticano II, no han faltado declaraciones sobre la igualdad que otorga el Bautismo entre el hombre y la mujer. Entre otras recordamos las encíclicas “Evangelii Gaudium, Fratelli Tutti”, la última Declaración “Dignitas Infinita” del Dicasterio de la Fe, sin olvidar la Exhortación Querida Amazonía, que reconoce la misión de la mujer en las comunidades cristianas durante siglos como el alma que les ha mantenido en pie.
Y, ya celebrada la segunda Asamblea del Sínodo de la Sinodalidad, sigue pendiente el justo reconocimiento de la dignidad bautismal de la mujer, y la abolición de todas las formas de discriminación y exclusión que impiden su participación en igualdad en la Iglesia.
Se ha proclamado la igual dignidad y derechos del hombre y la mujer, y en todos los tiempos y culturas han existido personas que han abierto espacios de reconocimiento y liberación, pero la realidad es que el patriarcado, el clericalismo, prevalecen en las comunidades cristianas, seguidoras de Jesús de Nazareth. A la Iglesia le cuesta reconocer el lugar de la mujer en la Iglesia desde sus inicios hasta hoy día.
Nueva conciencia colectiva
Pocos son los cambios ciertamente que se han dado sobre la igualdad de género, pero lo que sí ha cambiado y mucho es la conciencia de la mujer frente al patriarcado y clericalismo. Se percibe en nuestros días una maduración colectiva y universal de la mujer a todos los niveles, de tal manera que, en las diferentes culturas, se escucha un clamor y un esfuerzo común hacia el empoderamiento, que empieza a dar sus frutos.
Y, algo nuevo viene surgiendo en la Iglesia, la teología feminista que, a lo largo de sus 30 años, viene interpretando la Palabra de Dios, no desde la tradicional perspectiva patriarcal sino desde la perspectiva de género.
Por señalar simplemente algún rasgo, la perspectiva patriarcal nos ha mostrado un Dios varón, señor, masculino, blanco, poderoso, creador, que legitima el poder, el clericalismo y la subordinación y devaluación de la mujer. La perspectiva de género nos va desvelando el Misterio Dios Padre-Madre, la Ruah Santa rostro femenino de Dios y va elaborando símbolos y lenguajes inclusivos. Pone en valor preciosas imágenes de Dios, por ejemplo, en Isaías y salmos, Dios es el vientre portador de vida, es la madre nutricia, es fidelidad maternal
Lo que sí es nuevo en la humanidad y en la Iglesia es el movimiento actual de mujeres, caminando juntas y de manera coordinada a nivel mundial por el reconocimiento de la igualdad en la Iglesia. Es reclamación serena y persistente porque consideran que su actual situación en la Iglesia vulnera sus derechos y piden justicia por el bien de todos y todas.
Es reivindicación contra todo tipo de dominación y exclusión y propone una nueva masculinidad, inspirada en Jesús de Nazareth que rompió los tabús religiosos de su tiempo.
La coordinación mundial está a cargo de Catholic Women´s Council (Consejo de Mujeres Católicas) que acoge múltiples movimientos: Indian Women Theologians Foirum, Red Miriam, Asociación de Mulleres Cristiás Galegas Exeria, Col-lectiu de Dones en l’Església per la Paritat, Grupo de Mujeres y Teología, Revuelta de Mujeres en la Iglesia y muchos otros.
Caminando con otras mujeres
Nuestro documento “Nacer de Nuevo” del XXVIII Capitulo General Vedruna, nos urge a tomar conciencia de este signo de los tiempos, y a dar una respuesta urgente y decidida desde nuestro Carisma, caminando con otras mujeres por la igualdad en el ámbito eclesial y social.
Nos mueve un profundo deseo de justicia y soro-fraternidad, que nos lleva a sumarnos a las causas por la defensa de la dignidad de la persona, alentando su desarrollo pleno e integral inspiradas en Joaquina de Vedruna.
Joaquina abrió las puertas de su casa para acoger a jóvenes que no tenían cabida en los conventos por ser pobres. Acabó con la exclusión de la mujer a la vida religiosa en la Iglesia de su tiempo, y lo hizo ensanchando el espacio de su casa, construyendo una nueva familia, promoviendo el crecimiento de las jóvenes que compartían su proyecto y, juntas fueron construyendo un nuevo modo liberador de ser y estar en la Iglesia y en la sociedad. Juntas pusieron sus vidas al servicio del empoderamiento de otras mujeres y de una Iglesia y un mundo más justos e igualitarios.
“Nosotras queremos comprometernos en movimientos de mujeres que se implican en la creación de relaciones sanas, que trabajan activamente para erradicar la desigualdad, los abusos o la indiferencia en la sociedad y en la Iglesia.”
NdN 2.3.
“Desde la Palabra y la Ruah podemos regenerar lo que muchas veces vemos como imposible, y volver a nacer como mujeres ilusionadas por el Reino, disponibles para el cambio, contagiando esperanza, ilusión, transformando la realidad y transformándonos a nosotras mismas.”
NdN 9.
Somos muchas y decimos basta a ser invisibilizadas y silenciadas.Basta a ser dominadas y discriminadas por razón de género.Trabajaremos unidas por una sociedad e Iglesia de iguales,donde la mujer sea reconocida como persona de pleno derecho con voz y voto. Manifestaremos al mundo el rostro femenino de Dios.